Elías siguió caminando por los pasillos brillantes del mercado. A cada paso, descubría nuevos tenderetes donde los sueños se mostraban como joyas vivientes.
En un rincón, bajo un toldo de terciopelo azul, encontró a un poeta. No vendía frascos ni cofres, sino pergaminos escritos con tinta dorada.
—Aquí ofrezco los sueños imposibles —anunció el hombre, con
voz suave—. No se cumplen, pero dejan en el corazón una música que dura toda la
vida.
Elías tomó uno de los pergaminos. En él se narraba un viaje en barco hacia una isla que desaparecía cada amanecer. Sintió un estremecimiento: sabía que jamás lo viviría, y sin embargo, el simple hecho de imaginarlo le llenaba el alma de nostalgia dulce.
Más adelante, en un puesto iluminado con farolillos de papel, encontró a una niña de ojos enormes. Sentada en el suelo, jugaba con trozos de cristal de colores.
—¿Qué vendes tú? —preguntó Elías.
—Fragmentos de sueños rotos —respondió ella—. Son los pedazos de lo que la gente olvidó al despertar. Si los unes con paciencia, tal vez descubras una historia entera.
Elías observó los cristales: en uno se veía una mano extendida; en otro, un atardecer en una playa; en otro, una palabra a medio escribir. Comprendió que incluso los sueños incompletos podían guardar belleza, como puzzles que nunca terminan de armarse.
Por último, llegó a un puesto cubierto por un manto negro, custodiado por un vendedor silencioso. Sobre la mesa había solo un espejo.
—¿Y tú qué ofreces? —preguntó Elías.
El hombre señaló el reflejo. Elías se miró y, por un instante, no se vio a sí mismo, sino a una multitud de rostros que lo acompañaban en un mismo escenario. Eran los sueños colectivos: relatos compartidos, donde varias almas coincidían para vivir la misma visión. Una sensación extraña lo recorrió: ¿y si, en alguna noche, él también había soñado junto a otros sin saberlo?
El mercado vibraba, lleno de murmullos y colores. Elías comprendió que no bastaba con buscar un sueño perdido: aquel lugar le mostraba que soñar era mucho más vasto que su nostalgia infantil.
Y mientras se alejaba del espejo, se prometió volver, porque sabía que aún quedaban rincones del mercado por descubrir.

Muy bonito colofón.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Chema, aún no acabó quedan más capítulos. Gracias por leerme.
EliminarUn cálido abrazo.
Me gastaría acompañar a Elías cuando vuelva a ese mercado, es una maravillosa historia que nos deja embelesados. Abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Ester por valorar mi trabajo. Me alegra que gustara.
EliminarAbrazos gigantes y feliz día.