Sosiego y Gemidos (Capítulo I)




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Fifí y Lázaro caminaban juntos en una noche agradable y despejada, sentían la brisa que les refrescaba,  y entre ellos hablaban: mira que luna mi vida!! ¿ves como parece que habla? ¡¡Oh, que bello es nuestro amor!!,  se miraron y sonreían cómplices, enardeciendo al acariciar sus manos y suspirando al unísono.  Siguieron caminando hasta que vieron un jardín lleno de tulipanes rojos,  y fijaron las retinas del uno a la otra: voy a por uno,  giro y se lo muestro susurró, Lázaro: Este tulipán es para ti, mi bella dama. Te quiero, te amo, como un afluente a su río, como las olas al inmenso mar, como la mujer corpórea y espiritual que eres, Fifí… Se  abrazaron con toda la intensidad de ese instante... Transcurrieron unos minutos,  el silencio formaba parte del entorno,  sobraban las palabras y el eco del mismo los fundía en un beso –no muy casto- con esa pasión que desbordan la lava y los volcanes...  Siguieron besándose,  sonriendo cómplices en una noche que filtraba y fusionaba la esencia de la vida inolvidable, asidos de sus cuencos,  notaron la presencia y esa seguridad del deleite de un orgasmo excelso y universal -al igual que el fuego que arde y sigue oxigenándose cuantas más pieles de naranja le arrojas-.  No necesitaron alas reales y en menos de que canta un gallo, volaron  y levitaron en su propio cielo. 


Quino © 2017
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