Después de pasar la jornada fueron a sacar dinero al
cajero de un banco, entraron y cerraron la puerta como si todavía sus mentes
siguieran como dos adolescentes que nunca hicieran el amor. No importaba
que las gentes formaran cola. Seguían a lo suyo. Y Fifí le dijo a Lázaro:
mientras tu metes la tarjeta y sacas dinero voy reservado mesa en un japonés
que tengo un hambre feroz.
Fifí se acercó a Lázaro por detrás, alejó su
cabello del cuello y lo besó mientras la otra mano la guía a su vientre, se
adentra en los jeans, buscando su sexo y volteando su boca y la suya, lame a
Lázaro con su lengua y le muerde en los labios –como si de un vampiro se
tratase- . Sus bocas eran cavernas de humedades que rocían gotas por las rocas.
Ella y él empezaron a contonearse con sus cinturas mientras los
muslos se encendían y la excitación era latente y permanente… El
barco se desborda y como una lluvia torrencial, experimentan los bríos de un
mar inmenso que se desataba, cada vez más y más. Poco a poco se arrimaron a
otro rincón donde podrían estar más a gusto y como si estuvieran en lado oculto
de la luna llena, Lázaro adosa en la pared a Fifí y lentamente desabrocha la
blusa negra de ella sin dejar de besarse y la lujuria se apoderase hasta
en los lugares menos pensados. Eran tantas las ganas del uno por la otra que
Lázaro se acercó a sus pechos y esgrimiendo sus pezones; estos se erguían
como banderas en un campo de golf… Y cuando el birdie se ve firme, los
pellizca, recorre su geografía, le besa la nuca y la devora como la energía de
un león –como cuando, necesita su desayuno de un solo tajo- . El volcán
brama y cada vez estallan más los magmas del mismo, y como si fueran dos almas
gemelas: sus muslos, sus piernas, logran entrelazarse hasta que ciertos gemidos
afloran entre jadeos de Nirvana y trovas de Jimy Fontana…
El cajero saltaba y brincaba de alegría. Jamás pudo pensar que una pareja, llegase por allí, colocaran la tarjeta en su boca semi-abierta y pudiera apreciar con sus ojos –por donde soltaba el dinero- lo que allí rezumaba y como si fuera un come-discos de los sesenta, se frotaba e ideaba como la siguiente partitura musical pudiese ser escuchada con tanta originalidad sin pagar entrada.
El cajero saltaba y brincaba de alegría. Jamás pudo pensar que una pareja, llegase por allí, colocaran la tarjeta en su boca semi-abierta y pudiera apreciar con sus ojos –por donde soltaba el dinero- lo que allí rezumaba y como si fuera un come-discos de los sesenta, se frotaba e ideaba como la siguiente partitura musical pudiese ser escuchada con tanta originalidad sin pagar entrada.
Quino © julio 2014
Derechos Reservados
Derechos Reservados
Comentarios
Publicar un comentario
SI CREES QUE EL AMOR, DELIRIO Y GOZO DEL ESPÍRITU, SON CARAS DE LA MISMA MONEDA... NO LO DUDES, PASA Y SI NO RECRÉATE. PUEDE QUE EN EL CANTO ESTÉ LA SOLUCIÓN.