SUTILEZA Y GEMIDOS ( Capítulo II )








Después de pasar la jornada fueron a sacar dinero al cajero de un banco, entraron y cerraron la puerta como si todavía sus mentes siguieran como dos adolescentes que nunca hicieran el amor.  No importaba que las gentes formaran cola. Seguían a lo suyo.  Y Fifí le dijo a Lázaro: mientras tu metes la tarjeta y sacas dinero voy reservado mesa en un japonés que tengo un hambre feroz.
Fifí se acercó a Lázaro por detrás,  alejó su cabello del cuello y lo besó mientras la otra mano la guía a su vientre, se adentra en los jeans, buscando su sexo y volteando su boca y la suya, lame a Lázaro con su lengua y  le muerde en los labios –como si de un vampiro se tratase- . Sus bocas eran cavernas de humedades que rocían gotas por las rocas.  Ella y él empezaron  a contonearse con sus cinturas mientras los muslos  se encendían y la excitación era latente y permanente…  El barco se desborda y como una lluvia torrencial, experimentan los bríos de un mar inmenso que se desataba, cada vez más y más. Poco a poco se arrimaron a otro rincón donde podrían estar más a gusto y como si estuvieran en lado oculto de la luna llena, Lázaro adosa en la pared a Fifí y lentamente desabrocha la blusa negra de ella sin dejar de besarse y la lujuria se apoderase hasta en los lugares menos pensados. Eran tantas las ganas del uno por la otra que Lázaro  se acercó a sus pechos y esgrimiendo sus pezones; estos se erguían como banderas en un campo de golf… Y cuando el birdie se ve firme, los pellizca, recorre su geografía, le besa la nuca y la devora como la energía de un león –como cuando, necesita su desayuno de un solo tajo- .  El volcán brama y cada vez estallan más los magmas del mismo, y como si fueran dos almas gemelas: sus muslos, sus piernas, logran entrelazarse hasta que ciertos gemidos afloran entre jadeos de Nirvana y trovas de Jimy Fontana…
El cajero saltaba y brincaba de alegría. Jamás pudo pensar que una pareja, llegase por allí, colocaran la tarjeta en su boca semi-abierta y pudiera apreciar con sus ojos –por donde soltaba el dinero-  lo que allí rezumaba y como si fuera un come-discos de los sesenta, se frotaba e ideaba como la siguiente partitura musical pudiese ser escuchada con tanta originalidad sin pagar entrada.


Quino © julio 2014
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