El Mercado de los Sueños – Episodio III

 



Las pesadillas y los sueños prohibidos

Elías llevaba un tiempo recorriendo el mercado. Había conocido al poeta de los sueños imposibles, a la niña de los fragmentos y al vendedor de los sueños colectivos. Todo le parecía un misterio fascinante, pero en su interior aún ardía la pregunta: ¿dónde estaba aquel sueño de volar sobre océanos de nubes?

Esa noche, un corredor estrecho se abrió ante él, distinto a los demás. Allí no había luces de farolillos ni toldos de colores. Las sombras lo cubrían todo, y los puestos eran apenas mesas de madera vieja, cubiertas con telas negras.

Un murmullo helado recorrió el aire.

—Has llegado demasiado lejos, viajero —susurró una voz.

De entre las sombras apareció un hombre alto, envuelto en un manto oscuro. Sus ojos brillaban como carbones encendidos. Sobre su mesa reposaban cofres cerrados con candados oxidados.

—Aquí no vendo sueños agradables —dijo con voz grave—. Aquí custodiamos pesadillas y sueños prohibidos.

Elías tragó saliva.

—¿Por qué alguien querría comprar una pesadilla?

El vendedor sonrió, mostrando unos dientes afilados.

—Porque en cada pesadilla hay un secreto. Quien se atreve a mirarla de frente descubre una verdad escondida: el miedo a perder, a fracasar, a ser olvidado… Son llaves dolorosas, pero llaves al fin.

Sacó un cofre pequeño y lo abrió apenas un instante. De él salió un aullido, acompañado por la imagen de un bosque en llamas. Elías retrocedió.

—¿Y los sueños prohibidos? —preguntó, temblando.

El hombre acarició otro cofre, este más grande.

—Son los sueños que no deberían vivirse: ambiciones que devoran, deseos que consumen, mundos donde la oscuridad reina. Algunos vienen a buscarlos porque creen que allí está su poder, pero terminan perdiéndose para siempre.

Elías sintió un escalofrío. Miró los cofres y comprendió que cada uno escondía tentaciones y terrores que podían atraparlo.

—No… —murmuró—. Yo no vine por esto.

El vendedor lo miró con intensidad.

—Entonces sigue caminando, viajero. Pero recuerda: nadie puede huir siempre de sus pesadillas. Algún día deberás abrir un cofre, aunque sea el tuyo.

Elías salió del pasillo oscuro con el corazón agitado. El mercado recuperó sus luces y colores, pero él llevaba consigo la sombra de aquella advertencia. Comprendió que encontrar su sueño perdido no solo era un viaje de nostalgia, sino también un enfrentarse a lo que temía.


@Joaquín Lourido

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